Como os contaba, el nacimiento de nuestro gordito no fue para nada como me esperaba, empezando por la fecha. Y es que yo salía de cuentas el 17 de diciembre pero estaba segura de que el parto se retrasaría una semana, como a mi madre, y que nuestro niño navideño llegaría el 24 o 25. «Pobre -me torturaba yo-, su cumpleaños siempre quedará eclipsado por las Navidades…»
- Vuelve a leer el primer capítulo: «Mi experiencia de parto en Suiza (I)»
En esas andaba, 3 semanas antes del día D, a tope con mi té de hojas de frambuesa, el picante, la onagra, las caminatas, la acupuntura… para que el parto no se me retrasara demasiado, cuando la ginecóloga me dio la baja total y dejé el trabajo para descansar y terminar de preparar lo que nos faltaba, que era bastante.
En mi primer día «libre», segura de tener un mes por delante, fui a la pelu y me centré en terminar un par de artículos que tenía pendientes. Era jueves y el finde prometía: esa noche encendían las luces de Navidad, abría el Mercadillo navideño y además venía mi hermana, que le hacía ilu verme gorda, muy gorda.
Y llegó el día siguiente y también mi hermana, como estaba previsto. Cena, charleta, a dormir que no puedo con la vida… y en plena noche empecé a sentirme rara. Fui al baño y al verlo no tuve ninguna duda: acababa de expulsar el tapón mucoso. Inocente de mí, pensé: «Bueeeno, todavía pueden pasar días, no he roto aguas y me quedan 3 semanas…». Y me volví a la cama, tan pancha. Pachorra modo ON.
Estoy… no estoy… que alguien me traiga mi margarita!
Que conste que me refiero a la flor, no a la bebida mexicana… aunque me hubiera tomado varias…
A la mañana siguiente, lo del tapón seguía pareciéndome un detalle sin importancia. Mi madre, mi suegra, varias amigas… todas estaban convencidas de que me quedaba poco, pero yo erre que erre, seguía convencida de que no, que no podía ser, que nuestro gordi iba a ser niño navideño y punto. QUE ME QUEDAN 3 SEMANAS, hombre ya
Y llegó la tarde y con la tarde el dolorcillo como de regla, llevadero pero intermitente. «Ahora lo siento… ahora no… uy, otra vez… bah, ya se ha ido». Había leído tanto sobre contracciones que aparecían y luego desaparecían que me convencí de que no podía ser. Hasta animé a marido a salir, que había quedado. Menos mal que él está bastante más cuerdo que yo y decidió cancelar. Menos mal.
Por la noche claudiqué y acepté la mayor, las contracciones eran cada vez más fuertes y seguidas. ESTABA PASANDO.
¡Qué emoción! No sabíamos qué hacer. Era pronto para ir al hospital -no había roto aguas y las contracciones eran soportables-, así que nos pusimos con lo que consideramos más urgente: mi hermana me hizo unas últimas fotos con barrigota, me duché y peiné (un clásico), maromo se puso con la lavadora-secadora y a hacer «la bolsa» para el hospital… a ver, QUE NO PANDA EL CÚNICO!!!
En nuestro frenesí de actividades, las contracciones iban subiendo de tono. Y entonces surgió LA PREGUNTA: pero vamo a ve, ¿nos vamos ya al hospital o esperamos? ¿Estoy ya de parto? Ni idea, oiga. Llamamos al hospital y nos aconsejaron esperar. Pero a las 2 de la mañana ya no había tu tía y pusimos rumbo al hospital.
Ahora sí, mi experiencia de parto en un hospital en Suiza xD
Sábado 3 de la mañana. Hacía un frío del carajo y el hospital estaba desierto. Entramos por urgencias del Zollikerberg y enseguida nos recibieron y condujeron a una sala para monitorizar contracciones, medir dilatación y comprobar si estaba o no de parto. Porque así es, amigas, podemos estar retorcidas de dolor y no estar de parto. Qué desgraciada bonita, la naturaleza…
Tras el chequeo de rigor lo vieron claro: no estaba de parto, pero no me iba a ninguna parte. Solo había dilatado 1 miserable centímetro y teníamos mucha noche por delante, pero ya no había vuelta atrás. Me pusieron una vía y nos acompañaron a una sala de parto a la que no le faltaba detalle (baño completo con ducha, muy espacioso, cama de parto -bien cómoda, por cierto-, bañera, cuerda, equipo de música, bonitas vistas… full equipo– y que estaba HELADA por una ventana que había quedado abierta. Joe, qué pelete.
Enseguida subieron la calefacción y empezó la acción. Lo primero que me ofrecieron fue un bañito de agua caliente para sobrellevar las contracciones (BIEN!) y un enema para facilitar el parto (WHAT?). Pocos y desagradables minutos después, me quité la ropa y me sumergí en la bañera. Ay, qué gustito. Sobre las 5 de la mañana me dio hambre. Me trajeron pan con mermelada y un zumo. Comí pasada por agua y me dispuse a relajarme un poco mientras marido hacía la que fue su labor principal por horas: masajearme la espalda (y bien bien que lo hacía, olé mi churri).
Una hora y varias contracciones de aúpa después, ya estaba harta del agua y decidí salir. Los dolores no daban tregua y me ofrecieron un calmante pinchado que acepté de mil amores. Minutos después, vomité el pan con mermelada por obra y gracia del calmante y sus efectillos secundarios. Fiesta. Para rematar, seguía de 1 cm y hasta alcanzar los 3 ni hablar de epidural, así que tocaba esperar.
Llevaba casi 24 horas despierta y el dolor no me dejaba dormir. Menos mal que tenía los masajes y ánimos de marido, que fueron fundamentales en ese y el resto de momentos. Gracias, mi experto masajista.
Epidural, divino tesoro
10 de la mañana. 5 horas después, a parte de haber vuelto a vomitar, no había mucho que contar. Para ese entonces yo pedía que me hicieran un tacto cada 10 minutos. Había conocido a 3 matronas -todas encantadoras, cariñosas, hispanohablantes… una maravilla- y todas coincidían en que lo mío era de lo más normal. A lo que yo respondía que vale, que sí, pero que me hicieran un tacto a ver si ya… Y en el momento menos pensado, por fin escuché las palabras mágicas: TRES-CENTÍMETROS.
Música para mis oídos. Ante mi cara de «siiiiiiiii!!!!!», la matrona solo dijo «el anestesista está en camino». Me plantaron un catéter en la vejiga (otra perrería médica necesaria) y minutos después estaba hecha un ovillo en la cama mientras me ponían la epidural. Aunque tuvieron que pincharme 3 veces, la cosa fue bastante rápida y no tan dolorosa como me esperaba.
El verdadero alivio llegó en pocos minutos. Ainsss, ahora sí, qué gustito. Era increíble, de repente no sentía dolor alguno. Es cierto que tenía las piernas algo adormecidas, pero en ese momento no me importaba lo más mínimo. Cerré los ojos y, tras 26 horas sin dormir, me quedé frita. Empezó a nevar… y yo a soñar con mi chico de las nieves 🙂
EL SUSTO
Un par de horas después, sentí que había roto aguas. ¡Por fin! Pero resultó que no, que no era agua, era sangre. SUSTO. Segundos después, hasta tres ginecólogas discutían sobre de dónde podía venir la sangre y qué hacer.
¿Acabaría mi parto «natural» en cesárea?
Continuará…
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Otra vez me has hecho lo mismo! Espero que sólo quede una parte! Jajaja
Sólo queda un capítulo, prometido! xD
Es que si publicaba todo del tirón me quedaba un churro larguíiiiisimo que nadie, nadie iba a leerse, seguro 🙂
Hija, tanto que contar y yo que me enrollo como las persianas…
Besos!
Fuiste bastante más previsora que yo que me fui al hospital con lo puesto. No podía ser, todavía faltaban 3 semanas!!
Cuando solté el «tapón» llamé al hospital y una matrona muy amable me dijo que me tranquilizara, que eso solo significaba que el proceso estaba empezando y que podía durar días (eran las 3 de la tarde). A las 2 de la mañana, es decir 11 horas después, y rota de dolor (eran contracciones aunque yo me negaba a admitir que la bichiña iba a llegar) llamé de nuevo y me dijeron que fuera para que me revisara un ginecólogo y que si veían algo raro me ingresaba. ¿Algo raro? Cuando llegué a Triemli ya estaba de 5 centímetros!!!
Al final Alba llegó a las 3 de la tarde y con una cesárea de urgencia…. pero eso queda para el siguiente capítulo. Jajaja!!!
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