Y ahí estaba yo, rodeada de matronas y ginecólogas que ni sabían de dónde venía la sangre, ni qué podía ser…
Y lo cierto es que yo me encontraba bien, las constantes del gordito eran buenas y todo parecía normal, así que finalmente decidieron esperar, dejándonos sobre aviso: si las constantes empezaban a caer me harían una cesárea de urgencia en la que, al igual que en un parto natural, me podría acompañar mi pareja y haría el «piel con piel» (algo que en España no es posible en caso de cesárea, ojo).
- Vuelve a leer el primer capítulo: “Mi experiencia de parto en Suiza (I)”
- Vuelve a leer el segundo capítulo: “Mi experiencia de parto en Suiza (II)”
Una matrona aparecía cada 5 minutos para asegurarse de que todo iba bien. Tras horas de contracciones, el enema, el calmante y los vómitos… mi cara era un poema. ¿Todo esto para acabar en cesárea? En un momento dado perdimos el pulso de gordito porque el monitor, pegado a mi barriga, se había movido. Yo estaba tranquila porque tenía claro que todo iba bien, pero una vez más la reacción de matronas y ginecólogas fue impecable: rápida, tranquila y eficaz.
Finalmente, me colocaron bien el monitor y las constantes de mi bebé de las nieves volvieron a la pantalla. Todo iba bien. Cuando me volvieron a revisar, el sangrado había desaparecido, así que corrimos un tupido velo y seguimos adelante: centímetro a centímetro. Sigue leyendo